sábado, 29 de noviembre de 2014
EL DUENDE
Ciertas tradiciones que se conservaron plenamente válidas hasta hace unos cuantos años, en la actualidad parecen no tener cabida. Es notable el mal sabor de boca que nos deja particularmente la progresiva desaparición de la transmisión oral. Una escena en la que lo importante es el instante compartido, la presencia del otro que desgrana historias, el dar y el recibir, la reactualización de un cierto ritual encadenado innumerables veces a la vida del hombre. Entre tanto avance y tecnificación, una parte de nuestra identidad agoniza, pero se resiste a desaparecer.
Inevitablemente algo queda. Porque el miedo y la reverencia, lo incomprensible y lo inabarcable son eternos. Y hay un resto que está encarnado tan profundamente en cada uno de nosotros, que de nada sirve argumentar lo que no sabemos; no tenemos más opción que sentirlo justamente allí donde jamás se lo vio y donde, hoy en día, ya no lo escuchamos.
Un sobreviviente en estos tiempos modernos es el duende. Este personaje reúne en si una parte de la tradición mística heredada de los pueblos originarios de nuestra región, con una función práctica específica para la zona: lograr que los niños no anden solos después del mediodía (cuando el sol está más fuerte) y que duerman la siesta.
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