Ya presiento lo que provoca aquella brisa
tras mi cabeza: uñas maltratadas sobre dedos blanquecinos de manos codiciosas.
O bocas rebalsando negrura de dientes podridos y besos de muerte.
Algo devora algo fuera del cuarto. Seguramente
algún vapor etéreo ha saturado los ambientes. De a poco los sonidos van
muriendo, y ya no puedo salir.
Si miro al costado los veo en los
recovecos, si escucho me ensordecen con sus gritos enfurecidos. Tendré que
quedarme quieto y callado y terminar lo que comencé. Si dejo de leer me
arrastrarán a su guarida, o, como adivino por el golpeteo en la puerta,
entrarán para llevarme.
Si me equivoco y huelo me desvanece el
olor a azufre, si aguanto la respiración me vence el hedor de podredumbre. Si
soporto la prueba me descorazona el aroma de aquél ser amado, y lloro.
Si espío el espejo me horrorizo con lo
que veo, si lo rompo me maldicen por lo que había reflejado. Si llamo un nombre
de mujer vuelve del más allá para vengarse, si llamo un nombre de varón desato cuatro
males en el mundo.